Ella sentía una sensación bizarra mientras, desde el asiento del acompañante, veía pasar los autos por la autopista. Salteaba por alto la simple curiosidad, superponiéndola con el posible aturdimiento por el dolor de cabeza. Aparecían salteadas en su mente distintas imágenes de situaciones recientes. Sus viejos discutiendo sobre la cena de navidad, su enojo de la mañana o la reunión de aquella tarde en el campito.
Cavilaban en su mente caras y cicatrices, que no eran mas que simples sombras que no la dejaban tranquila. Miró, entonces, los edificios. -Contá las luces- se decía a si misma, algo demasiado tonto para mantener su mente ocupada. Sonaba el ronroneo del motor, incesable e incansable, prediciendo que iba a ser uno de esos viajes largos, con música de fondo ambientadora.
En ese preciso lugar donde se encontraban ahora, podía ver el crepúsculo chocar con el edificio en el que los marcos de las ventanas de vidrio que conforman las paredes del exterior se pierden en mil tonos violáceos y naranjas diferentes. Pero aún con música, era un silencio incómodo. No podía darse el lujo de hablar de estas trivialidades, puesto que ya lo había intentado, y al recibir solo muecas y monosílabos había optado por abandonar una charla inútil.
Los distintos tonos blanquecinos que juegan en una flor, desde el tallo espinado hasta el pétalo partido y deshidratado, no siempre son motivo de adoración. Pero no deja perder mas que 3 segundos de tu tiempo.
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