Todos necesitamos una luz. Desde la lamparita de bajo consumo que ahora me ilumina, hasta el sol que, según profecías, se está por apagar. La que nos guia en los momentos mas oscuros, la que a veces nos reusamos a ver. La que a los tontos los deja ciegos sin dejarles caminar hacia a delante. Yo no soy tonta, no. No lo soy. No es así como me siento. Siento ese dolor agónico junto con la lluvia, afuera.
No logro diferenciar si fue ese quemor en el paladar -como cuando comes menta fuerte, y sentís el aire frió y seco pasar por tu garganta-, cuando vi la verdad en sus ojos; o si fueron las palabras del pánfilo mientras yo, sentada en el apoyabrazos del sofá, lo escuchaba diciendo un absurdo a lo que al tema refería.
No fue sino hasta el viaje de vuelta que comencé a sentirme mareada por digerir la verdad.
No puedo explicar lo vacío que es ver un amanecer nublado a través de los miles de agujeros ovalados de la perciana cerrada. Como haber comido toda la reunión de navidad, o quizás todo lo contrario. Fue tal rejunte de cosas, de llanto, de nerviosismo y ansiedad, de enojo y bronca. No son sentimientos propios de la fecha. Eso es lo que mas decepcionante resulta.
¿Cómo hago para verte a la cara hoy?¿Cómo hago para mirarlos a ellos, sin sentirme responsable de vos?. Yo jamás te pedí que pintes mi mundo color de rosa -bulgar y lleno de histeria-, cuando el tuyo es mas gris que el afuera.
Me hubiese hecho bien que te quedaces, tendría alguien pequeño y mimoso, sin secretos ni complejidades en quien confidamente podría desahogar mis penas.
Me hubiese gustado ser tu ídola, que me tubieses allá arriba, magnánima e implacable, llena de vida a tus ojos.
Pero me impusiste este juego de mentiras. Uno que yo no puedo controlar, por que no es mio y "no tengo conocimiento de él". No te puedo ayudar.
Sí. Todos necesitamos una luz. Está en una caricia en la cabeza, en un abrazo entre lágrimas, en esa charla incómoda que nuestros amigos nos ayudan a sobrellevar. Está en ese amanecer ente gotas saladas, pesadillas y truenos resonantes que no nos dejan dormir, sin que entemos antes en la mente vacilante.
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